El Cuaderno de un Poeta
Lo único que quise olvidar ahora es lo único que puedo recordar.
Lo repetía sin cesar en sus pensamientos. Julián se preguntaba una y otra vez: —¿Cómo llegué a este punto sin saber ni siquiera dónde estoy? Todo comenzó aquel día, cuya fecha no recuerdo, con siete palabras que ella pronunció: "Ya no siento nada más que odio." Desde ese momento, me rehusé a aceptar la verdad. Intenté evadirla, ocultarla tras cualquier distracción, pero mis sentimientos se apoderaban de mi realidad. Con cada día que pasaba, la angustia crecía, hasta que tomé la decisión que me llevó a este lugar. Buscando soluciones, llegué a aquel sitio. Me prometieron el olvido, algo tan simple como comer una manzana. Y acepté sin dudar. Al principio, la paz me envolvió. No recordaba aquel momento ni nada parecido. Pero de pronto, como si el universo se burlara de mí, empecé a recordar con más intensidad. Sus palabras resonaban en mi mente como campanadas ensordecedoras, cada vez más fuertes, cada vez más imposibles de ignorar. Poco a poco, todo lo demás comenzó a desvanecerse. Olvidé cosas simples: lo que había comido, si había dormido. Luego, perdí recuerdos más importantes. Hasta que un día, no supe quién era. Dejé de ser quien había sido, convertido en algo más: un cuerpo sin mente ni recuerdos, atrapado en el eco perpetuo de aquellas palabras. I. Ella El día que la conocí no parecía diferente a cualquier otro, hasta que recibí su mensaje. En ese momento, era una completa desconocida. No tenía foto de perfil ni información más allá de su nombre de usuario y una imagen de sus ojos. Respondí por curiosidad, sin imaginar lo que vendría después. La química fue inmediata. Lo que comenzó como conversaciones sin importancia se transformó en algo más profundo. Primero, detalles triviales. Luego, confesiones íntimas. Ese diciembre, que marcaría mi vida para siempre, pasó tan rápido que parecía un sueño. La primera vez que la vi, sentí algo inexplicable. Amé su pelo ondulado, sus ojos profundos y distantes. Todo en su rostro era perfecto, incluso si en la foto parecía asustada. Quedé fascinado. Su imagen resonaba en mi mente sin descanso y sé que, en el fondo, jamás desaparecerá. Me enamoré de ella con una intensidad inesperada. Me gustaba conocer cada aspecto de su vida: sus miedos, sus sueños, sus metas, sus gustos. Solo quería escucharla, aprender más de ella. Hubo días enteros en los que hablábamos sin parar, llamadas que parecían extenderse hasta el infinito. Pero nada dura para siempre. II. La caída anunciada Desde el principio, supe que esto terminaría. Al inicio, el miedo era solo una sombra en mi mente, una posibilidad lejana. Pero con el tiempo, empezó a crecer. Se expandió como una niebla densa, apoderándose de cada pensamiento, hasta volverse realidad. Poco a poco, me fui sintiendo apartado, como si estuviera perdiéndola sin que ella lo notara. Cada palabra entre nosotros parecía más distante, cada silencio más largo. Temía irme y que, al hacerlo, dejara de amarme. Odiaba la idea de no conocerla más, de que todo lo que sabía de ella se desvaneciera, de que su voz y sus gestos fueran solo recuerdos borrosos. El miedo se instaló en mí. Primero, fue un pensamiento fugaz, fácil de ignorar. Pero pronto se convirtió en un sentimiento abrumador que me atrapó por completo. El vacío empezó a consumir cada parte de mí. Día tras día, se hizo más grande, más insoportable. Me rodeaba, me ahogaba. Hasta que finalmente, dejé de pensar en mí. III. El fin Así llegamos a esas siete palabras que lo cambiaron todo. Fueron como un golpe certero, atravesándome sin piedad, convirtiéndome en esta masa sin mente que solo existe para lamentarse de lo sucedido. Cada día, me repito la misma pregunta: ¿Merezco lo que pasó? Y en el fondo, sé que sí. Fallé. Como amigo, como novio, como su confesor. Pude haber hecho las cosas mejor, haber actuado diferente, pero ahora es tarde. Jamás podré dejar de lamentarlo. Si hubiera actuado diferente, ¿estaríamos bien? Esa pregunta se repite en mi mente sin descanso, perfora mi corazón como un taladro que nunca se detiene. Daría todo lo que soy por cambiar el final, aunque fuera solo por dos minutos. Dos míseros minutos que me permitieran acabar esto con paz. Pero no fue así. Me consume el pensar que aquella persona, a quien tanto adoré y amé, ahora solo siente odio por mí. Me destroza el alma. Mi ser entero sufre por ello. IV. ¿Y ahora qué? El sentimiento se apodera de mí más y más. Una mezcla de tristeza y olvido me consume sin final. Tengo miedo. Miedo de olvidar todo lo demás por intentar borrar un único recuerdo. Ahora, ese pensamiento es lo único que permanece. Lo repito al despertar y al dormir. En cada momento de silencio, en cada sueño. Se ha adueñado de mis pensamientos, de mi cuerpo, de mi identidad. Ya no soy una persona, solo un reflejo de este sentimiento. Me ha convertido en algo que no volverá a ser lo que fue. Pero, ¿existe alguna esperanza? ¿Puedo volver a ser quien era, superar esto, dejar atrás lo malo? ¿Lograr pasar página y descansar? Solo quiero pensar en algo que no sea este sufrimiento. Me aterra el futuro. Pero en lo más profundo de mi ser, sueño con volver a la normalidad. Con amar otra vez. No solo a alguien, sino a todo: a la vida, al arte, a la humanidad. Lo único que deseo es volver a amar.
Todo lo que tu necesitas es amor
"Todo lo que tú necesitas es amor." Esa frase retumba en mi mente desde que la vi, solitaria, en una gorra entre tanta ropa. Una frase que ha perdurado más que las palabras de quienes me rodean. ¿Me hará eso una mala persona? Me lo pregunto muy seguido. Vivir tan desconectado me hace sentir como un ser extraño entre estos humanos. ¿Acaso sentir no es lo que me hace humano? —me pregunto a diario. Pero si no soy capaz de sentir más allá de la empatía básica por alguien, ¿seguiré siendo humano? Hasta que llegó ella. Ella alteró todo lo que pensaba. Vi en sus ojos lo que jamás había sentido por nadie más: algo más que esa empatía que todos los seres vivos merecen. Algo sincero y verdadero que no sale de mi mente, aunque ella ya no se encuentre. Y ahora que no está, ¿qué hago con este sentir? —me pregunto a diario, mientras mi entorno sigue igual, sin que yo esté realmente presente. Soy como un espectador, alguien que habita en sus propios pensamientos, ajeno al mundo que lo rodea. Amo la vida y amo sentir, pero me cuesta hacerlo. Cuando creo que lo he conseguido, no me siento a gusto; no encuentro esa conexión que busco incesantemente. Y ahora que al fin la alcancé a sentir, es extraño no tenerla. Haber logrado lo anhelado y perderlo sin gracia ni chiste. ¿Algún día volveré a sentir esta conexión? ¿O sencillamente viviré desconectado, como es costumbre, sin una unión real con nadie más que conmigo mismo, casado con mis pensamientos e ideas? ¿Condenado a este exilio involuntario de los sentimientos, algo que anhelo sentir y gozar? Porque, al fin y al cabo, ¿qué somos sin amor? —me repito constantemente. Conecto más con gente que no está presente que con mi propio entorno y los seres que lo habitan. ¿Serán ellos más conscientes, o solo yo me doy cuenta de esto? ¿De que soy algo fuera de este mundo, con forma humana pero sin aquello que lo vuelve humano? ¿O es esta misma conciencia de "algo malo en mí" lo que me hará más humano? ¿O acaso distorsiono tanto que esto es algo normal y los demás, sencillamente, prefieren ocultarlo? Mis preguntas no reciben respuestas. Y cuando empiezo a indagar y a expresar, me ven extraño, como alguien que es un raro más o que habla de cosas innecesarias. ¿Por qué me ven extraño al querer saber más, al buscar si alguien más comparte mi sentir y mi pensar? Me da terror ser el único monstruo con esta condición, alguien que jamás podrá sentir y que, cuando lo haga, estará condenado a perder aquello que lo conecta con su parte más humana y tierna. ¿Por qué es "malo" en la modernidad aquello que nos vuelve humanos? Me encantaría poder sentir más, y sin embargo, los demás intentan ocultarlo. Amaría poder amar sin fin, de manera honesta y verdadera. Ir más allá de solo ayudar a los demás: empatizar con lo que sienten. Que cuando los vea llorar, no me quede solo mirándolos y consolándolos; también deseo entenderlos, conectar con ellos en esos momentos. Y que alguien más lo haga en los míos. ¿De qué nos sirve estar tan rodeados si estamos tan solos? Conectados de manera global, pero no con alguien más. ¿Nos condenamos a perder la verdadera conexión humana? ¿O solamente estoy exagerando, alarmado? En vez de conectarnos más con toda la tecnología que poseemos, nos estamos perdiendo entre pantallas y algoritmos. Teniendo la capacidad de unirnos como humanidad, nos dividimos más. En cosas simples como gustos personales, hasta en temas políticos. Al final, todos buscamos lo mismo: el bienestar. Entonces, ¿por qué estamos tan separados? ¿Acaso la comodidad nos quitó la razón de construir juntos? ¿De necesitar a los demás para prosperar? ¿O sencillamente es más fácil reemplazar una amistad que conlleva mucho esfuerzo con una IA, o algo que nos pueda satisfacer de inmediato? ¿Es más fácil buscar sexo por internet que conseguir esa conexión y confianza para saciar esa necesidad? "¿Soy libre?" Me pregunto después de que su ausencia se hiciera tan presente. Una libertad dolorosa y desoladora que había perdido al atarme a ella. Renuncié a ciertas cosas: a que nada me importara, a no sentir nada. Y ahora que recuperé estas libertades, que en ningún momento extrañé, ¿de qué me sirve tener esta falsa ilusión de libertad? ¿Somos realmente libres, o preferimos creer que sí? En el fondo, sé que no. La libertad moderna no existe. Siempre estamos obligados, ya sea por normas sociales o por las personas que nos importan. Es una paradoja: poseemos libertad de elección, pero esta nos condenó a un nuevo tipo de soledad, a una libertad ilusoria. La libertad debería ser abrazar nuestras singularidades. ¿Qué hay más liberador que la capacidad de ser auténtico, incluso si esto va en contra de toda norma? ¿Somos realmente libres de elegir cómo sentir, o estamos condicionados por las expectativas de la sociedad de "ocultar" lo que nos hace vulnerables? Debemos luchar por la libertad constantemente, como un proceso activo por lo que realmente importa: el amor, la conexión y la autenticidad. Porque, ¿qué otra cosa nos vuelve humanos? Esas tres deberían ser pilares para conectar con nuestra humanidad, una humanidad sensible que siente y elige hacerlo. Que elige gritarlo y luchar por esto.